Cicatrices [Privado]

Caminaba alegremente a lo largo de los interminables pasillos del castillo con mi nueva y despampanante figura humana. Hacía un tiempo que nuestro pícaro minino Chesire nos había comunicado los deseos del amo y, si bien en algún momento eso fue motivo de intriga entre mis hermanos, yo estaba más que contenta de estrenar mi nuevo par de pulgares opuestos; ser un inmenso reptil épico a veces, sólo a veces, podía ser un tanto incómodo.

Pasaron algunas estaciones desde que no veíamos a Lord Byron, él se había confinado a la privacidad de sus aposentos aún cuando nuevos huéspedes iban y venían de las puertas.

La luz de la luna se filtraba de los ventanales cual manto plateado.
No era asustadiza -[i]en lo absoluto![/]-mas la repentina aparición de aquel ser surgiendo de la oscuridad con todas las cicatrices cubriendo su cuerpo, fue estremecedor.

Levanté el rostro manteniéndole la mirada. Debía de ser uno de los huéspedes nuevos que habían llegado y cual guardián había un deber que me unía a él.

De entre las sombras del castillo, emergió una espantosa figura. Un ser que alguna vez quizás pareció humano, mas en realidad, poco asemejaba ya a un hombre. Iba ataviado con túnicas negras, de cuero y piel negras. Su rostro,aunque inexpresivo y sereno, era temible y generaba cierto grado de angustia, sobre todo debido al complicado y doloroso patrón de cicatrices y heridas que se habían dibujado a lo largo de su calva cabeza, rayando su faz y su área encefálica por completo. Gruesas y rojas cicatrices sangrantes, seccionaban la piel de la cabeza del individuo, haciendo complejas e irregulares figuras geométricas; y en cada uno de los puntos donde los vértices de dichas cicatrices se encontraban, una pieza de metal, como un clavo largo y grande, se encontraba insertado en el craneo del humanoide.

El ser avanzó silenciosa y lentamente, reconociendo el lugar. Fue entonces que sus azuladas y casi blanquecinas pupilas, rodeadas de una roja línea de sangre, se posaron sobre la doncella que tenía en frente. Se detuvo por un segundo, inmóvil, estudiando a quien tenía en frente. Estudiando sus reacciones, incluso las más mínimas.

Con la misma inexpresividad, abrió la boca y dejó salir una voz chillona como si fuese de una niña: Saludos... Con mucho respeto necesito pedirle algo. ¿Podría usted identificarse hermosa... criatura? - Siglos o quizás milenios torturando humanos, le habían permitido conocer a perfección las reacciones genuinas de esta raza. Aquello que tenía en frente, a pesar de parecer humano, definitivamente no lo era.

El huésped se trasladó pesadamente dentro de la habitación hasta revelar su espectral figura bajo la luz de la luna y obligándome a seguir cada uno de sus pasos con las pupilas grandes, alertas cual reptil al acecho.

Las cicatrices eran como surcos frescos sobre su piel magullada, los figuras puntiagudas que sobresalían de su cráneo bien podía hacer temblar a cualquiera; cuánto dolor había soportado, cómo le había sido posible resitir tal maltrato...

Él, o "eso", se detuvo a observarme. Escudriñó mi figura sin rastro de disimulo, pudor ni cortesía. El animal salvaje que habitaba dentro mío empezó a sentirse acorralado.
De pronto, el sonido de su voz, cual chillido lastimero, quebró el silencio.

Nada en él parecía humano... Qué tipo de universo crearía un ser semejante. Algo en su existencia me conmovió y una amplia y encantada sonrisa se formó en mi rostro al escuchar su cumplido.

-Doreen[b]- le dije mi nombre manteniendo la sonrisa- [b]Protectora del Castillo, al servicio de Lord Byron[b]- en pocas palabras sería quien lo mantendría vigilado.

-[b]Me dirías tu nombre y el lugar de donde provienes?-

El Cenobita la miraba inescrupulosamente, como si de sus ojos, pudiera salir una visión que la taladraba por completo y lograba ver lo más profundo de su ser. Afuera, la luna se ocultó detrás de unas grises nubes, por lo que la oscuridad se incrementó en el cuarto. Pequeñas gotas de lluvia comenzaron a deslizarse por el cristal de la ventana.

Entonces, el horripilante ser ladeó su cabeza un poco e impávido respondió con la misma voz chillona, como si se tratase de una chiquilla:

Quien soy no es importante... en cuanto a de dónde vengo, tampoco lo es tanto como en dónde estoy... Aun así, te responderé si tú haces lo mismo por mí. Yo soy un Cenobita y vengo del Laberinto. En cuanto a tí... pareces un humano, pero no lo eres. ¿Qué eres en realidad?

La blanquecina mirada de la criatura continuó fija en las delicadas facciones de mi rostro humano. Me hubiera sentido halagada de no ser porque, por la forma en la que me observaba, parecía estar analizándome cual espécimen de laboratorio.

Me presenté tal como me había pedido y, cuando llegó la hora de que hiciese lo mismo, su voz chillona volvió a rasgar el aire en un dueto escalofriante con la repentina lluvia que golpeaba contra los cristales.

Por un momento creí que no se identificaría mas asentí al escuchar lo que "Cenobita" proponía.
-Me parece justo- le aseguré con una tenue sonrisa en el rostro. Mientras no intentara nada estúpido no tendría ningún problema en tener una conversación/interrogatorio con él; por otro lado me imaginaba el sabor de su carne en mis fauces de tener que usar la fuerza contra él y, sinceramente, es no era una idea en lo absoluto tentadora.

-Así que el "Laberinto"-parafrasee sin hacerme una idea clara de donde provenía, quizás Chesire conocería algo sobre ese tal "Laberinto".

-Vaya que eres observador!-dije cantarinamente cuando aseguró que yo no era humana. Por un momento pensé en decirle: "se me nota?" pero no me parecía del tipo que entendiera una broma. - No, no soy humana sólo lo aparentó al igual que mis hermanos guardianes-refiriéndome familiarmente a Volden y los otros. -Tu raza nos conoce como dragones. Irónico...- dije descubriendo su naturaleza- aunque débil puedo reconocer en tu aroma que alguna vez fuiste humano...-

El Cenobita enderezó lentamente la cabeza y sonrió leve, casi imperceptiblemente. Abrió su boca para responder y esta vez, su lengua se dejó ver en los pocos segundos que mantuvo el orificio abierto, dudando si responder o no. La lengua se encontraba igualmente "adornada" por clavos de menor tamaño.

Efectivamente, Dijo con la chillona voz metálica que asemejaba el sonido de unas uñas rasgando una pizarra. Creo que hubo un tiempo en el que fui un humano, mas no lo recuerdo. En todo caso, los remanentes de esa era, no son ahora más que simple apariencia, al igual que tu humana forma.

El Cenobita empezó a caminar alrededor del cuarto, describiendo una trayectoria de traslación, usando como centro a Doreen. Mientras avanzaba lentamente con ambas manos unidas en el pecho, continuó hablando: Entonces, eres un guardián... ¿y qué es lo que guardas? o más importante aun, ¿de quién o quiénes lo guardas?

Algo en la expresión de Cenobita me hizo saber que no era de aquellos que presumían sobre su humanidad; cosa que más adelante dejó bien en claro. Y, eso, sin mencionar cuánto se jactaba de haberme descubierto cuando pocos lo habían logrado.

Caminó dando vueltas a mi alrededor. Su actuar guardaba una cierta gracia, viéndolo de una manera morbosa de la que soló Chesire se ufanaría. Volvió a hablar preguntando sobre mi función en el castillo. Mis mejillas se pintaron de rojo, no solíamos hablar al respecto, principalmente porque nadie nos preguntaba y un rastro de duda atravesó mi pecho.
Sonreí tímidamente antes de hablar, me había encogido de hombros sin notarlo así que aproveché la breve pausa para erguirme nuevamente.

-Soy la guardiana del lado oeste. Protejo al castillo y a todos ustedes, los huéspedes, de amenazas externas como de vosotros mismos- no quería sonar a que lo consideraba una amenaza pero esa era realmente mi función en el lugar.

-Llevas aquí cierto tiempo?- había conocido algunos de los huéspedes pero como siempre variaban era difícil llevar la cuenta de cuantos nuevos llegaban o se iban.

Off: perdón la demora D:

El Cenobita escuchó cada palabra con atención sin dejar de dar vueltas en torno a Doreen. Cuando ella terminó de responder y le preguntó cuanto tiempo llevaba en el Castillo, se detuvo frente a ella y dejó que el silencio de la noche sólo fuese perturbado por las gotas de lluvia que golpeaban el cristal de la ventana. Saboreó cada segundo inerte sin contestar y luego, la miró a los ojos y con rostro serio, volvió a dejar sonar su voz chillona de chiquilla:

Llevo... uno o dos días. La verdad es que no logro acostumbrarme a aquello que ustedes llaman el "paso del tiempo". En el Laberinto, el lugar del que provengo, no existe ni el tiempo ni el espacio. Esos... "parámetros" no nos consciernen.

Ladeó un poco la cabeza y preguntó:

Pero, perdona que insista en preguntar sobre tu naturaleza... Entonces eres un Guardián... pero... ¿Siempre has sido un guardián? ¿Fuiste creada con ese fin? Antes de ser un guardián... ¿Qué eras? ¿Existías antes de ser un guardián?

La conversación se detuvo abriendo paso a un prolongado e inhóspito silencio. Las gotas de lluvia golpeaban con ira los ventanales sin vista a detenerse. Los ojos del cenobita se detuvieron sobre los míos, única certeza de la utilidad de los mismos pues era difícil creer que tales pupilas lechozas como inertes le permitieran reconocer la dicha de la luz o el color a tal extraño ser que volvía a dirigirme la palabra contándome sobre su mundo.

-Un tiempo y espacio diferentes resulta difícil de imaginar. Espero que los nuestros no te cuesten esmero- hablé con sinceridad, a veces no podía evitar sentir pesar por aquellos que eran arrebatados de su mundo, de todo lo que conocían para ser traídos a Pandemonium sin mayor lógica o explicación.

Me intrigó -y emocionó- su afán por comprender mi naturaleza. Escuché con atención y sin interrumpirlo, poco a poco, me daba cuenta que su voz chillona y dolorosa cobraba familiaridad por lo que resultaba más fácil y natural entenderle que en un primer momento. Le sonreí.

-No, no siempre he sido un guardián- hablé pausadamente y con una pizca de afecto en mi tono que dudaba él llegase a comprender- aunque no podría, jamás, renegar de serlo serviría a Lord Byron aún a costa de mi vida- dije solemne.

-Pertenecemos- porque siempre me refería en plural cuando mencionaba a mis hermanos de raza- a una antiquísima raza de dragones, cada quien respondiendo a los poderes de su elementos- en mi caso, el agua en todas sus manifestaciones.

-Antes podría haber existido mas nunca encontré mayor dicha que el ser invocada por mi señor- nada anterior a ello cobraba relevancia alguna.

El Cenobita escuchaba con atención cada palabra, como si estuviera absorbiéndolas dentro de su ser. Luego, respondió inexpresivamente: Te entiendo, no hay nada más gratificante que hacer aquello para lo que estamos destinados, y más aún hacerlo bien.

Caminó hacia la ventana y se quedó un rato observando el paisaje, las gotas de lluvia, las sombras... Sin voltear preguntó:

¿Cuáles son las reglas? Hizo un breve silencio y luego se volteó para continuar diciendo: Es decir... ¿Para qué fui traído a este plano? ¿Puedo ser fiel a mi naturaleza? ¿Puedo hacer eso para lo que estoy hecho? ¿Qué acción o acciones harían meritorio que tú o tus hermanos me castiguen, en su función de guardianes?

Se quedó viéndola, esperando su respuesta